Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis y en el dos mil, también.
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, barones y dublés.
Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados.
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador...
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao.
Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón.
Y sigue, es la primera parte del tango "Cambalache", compuesto en 1934 por Enrique Santos Discépolo para la película "El alma del bandoneón", estrenada al año siguiente.
Aunque habla del siglo veinte, nunca más vigente que ahora para pintarla a la sociedad argentina, llena de mediocridad, pobre en muchos aspectos, sin confianza en nadie. Una sociedad que cada día está más atenta al chisme y los escándalos, una vergüenza realmente. Sólo hace falta ver la calidad de las producciones televisivas de "éxito" para empezar a darse cuenta de lo que prefieren las mayorías.
Una gran porción de la sociedad va por mal camino, es hora de pararse y ver a donde se está yendo, y decidir a donde se quiere ir realmente, ser una sociedad económicamente competitiva, o seguir degradándose hasta ser considerada obsoleta. De la misma sociedad depende.