Lo que pensamos y sentimos afecta a la microbiota (y viceversa)
Por Isabel María Martín Monzón, publicado por The Conversation
Vivimos en un mundo mayoritariamente microbiano, repleto de microorganismos. En términos numéricos, dentro y sobre nosotros viven de 10 a 100 trillones de microorganismos, con los que mantenemos una relación simbiótica.
Con semejante cifra, no es de extrañar que su existencia afecte, incluso, a cómo pensamos, sentimos o enfermamos.
La importancia del equilibrio
Los principales lugares de colonización microbiana humana son la piel, las vías respiratorias, el tracto urogenital, los ojos y el tracto gastrointestinal. Principalmente, la mayoría de nuestros “colonos” residen en el intestino, que además es la población bacteriana mejor caracterizada.
Si algo caracteriza a la microbiota intestinal humana es su enorme diversidad. Madura y se modifica a lo largo de nuestros ciclos vitales (infancia, adolescencia, adultez, vejez), y es una llave fundamental para proteger nuestra salud. En adultos sanos el 70-75 % de esa fauna microbiana corresponde a los grupos Firmicutes y Bacteroidetes, seguido en menor medida por concentraciones de Actinobacteria, Fusobacteria, Proteobacteria y Verrucomicrobia.
Para gozar de buena salud, es necesario conseguir un estado de lo que los expertos llaman eubiosis de nuestra microbiota. Es decir, de equilibrio en la proporción de la cantidad y tipo de estas bacterias.
De hecho, la descompensación de la microbiota se asocia a una gran variedad de patologías crónicas inflamatorias como la enfermedad del síndrome de intestino irritable, el cáncer de colon y la diabetes, además de patologías neurológicas o psiquiátricas.
La relación bidireccional entre la microbiota y nuestro cerebro
La manera de nacer (parto vaginal o por cesárea) influye en la cantidad y tipo de bacterias que forman nuestra microbiota. Pero también existen muchos otros factores que influyen en su composición desde los primeros años de vida: uso de antibióticos, tipo de alimentación (lactancia materna o no), exposición a estresores ambientales, infecciones y, por supuesto, nuestra propia genética.
La interacción entre todos estos factores no deja indiferente al cerebro. La microbiota repercute en procesos cognitivos como el aprendizaje y la memoria, en procesos emocionales (por ejemplo, en nuestra gestión del estrés), o en nuestra conducta social. De hecho, hay estudios recientes que analizan el papel de la disbiosis intestinal en patologías como el trastorno del espectro autista.