Se llamaba Carlos F. Martín, le decíamos Billy, o Gallego, era de Junín, provincia de Buenos Aires. Como muchos se vino a Santiago hace unas cuantas décadas, era comerciante, se supo hacer un lugar en la sociedad santiagueña desde el vamos.
Lo conocimos allá por 1969, cuando mis padres y otros voluntariosos comenzaban a reunirse en lo del Dr. Francisco López Bustos, el querido y siempre recordado Pancho, con la idea de fundar el Santiago Golf Club.
El Gallego, o Billy como le decíamos sus amigos, demostró su calidad de buena persona desde el primer momento. Su marca personal era la conducta correcta de un caballero, a la vieja usanza. Siempre dispuesto a emprender con cualquier esfuerzo que el grupo de amigos del golf iniciara.
Buen amigo, siempre estaba presente, en las buenas y en las malas, dispuesto a ayudar. Son muchos los que lo recuerdan allí, donde se hacía falta estar.
Hoy en su entierro, un veterano jugador del club de golf, en unas palabras de despedida, recordaba cuando era niño, y le agradecía por todas las veces que Billy lo había pasado a buscar para ir a jugar golf.
Amigo de la familia toda, amigo personal, me dolió verlo pasar por su dolencia sin cura, me dolió verlo en su velatorio, mucho más saber que durante un buen tiempo no lo veremos más.
El consuelo que tenemos todos es saber que está con Tata Dios y que ya no sufre más. Seguro que alguna ves, por algún camino, cuando Tata Dios disponga nos volveremos a encontrar. Y casi seguro todos nos pondremos a recordar cuando las familias amigas y emprendedoras armaron el golfito allí, al lado del Río Dulce.
Lo conocimos allá por 1969, cuando mis padres y otros voluntariosos comenzaban a reunirse en lo del Dr. Francisco López Bustos, el querido y siempre recordado Pancho, con la idea de fundar el Santiago Golf Club.
El Gallego, o Billy como le decíamos sus amigos, demostró su calidad de buena persona desde el primer momento. Su marca personal era la conducta correcta de un caballero, a la vieja usanza. Siempre dispuesto a emprender con cualquier esfuerzo que el grupo de amigos del golf iniciara.
Buen amigo, siempre estaba presente, en las buenas y en las malas, dispuesto a ayudar. Son muchos los que lo recuerdan allí, donde se hacía falta estar.
Hoy en su entierro, un veterano jugador del club de golf, en unas palabras de despedida, recordaba cuando era niño, y le agradecía por todas las veces que Billy lo había pasado a buscar para ir a jugar golf.
Amigo de la familia toda, amigo personal, me dolió verlo pasar por su dolencia sin cura, me dolió verlo en su velatorio, mucho más saber que durante un buen tiempo no lo veremos más.
El consuelo que tenemos todos es saber que está con Tata Dios y que ya no sufre más. Seguro que alguna ves, por algún camino, cuando Tata Dios disponga nos volveremos a encontrar. Y casi seguro todos nos pondremos a recordar cuando las familias amigas y emprendedoras armaron el golfito allí, al lado del Río Dulce.
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