Por Matt Moffett, publicado en The Wall Street Journal.
PARÍS—En 1860, el abogado francés Orélie Antoine de Tounens se aventuró en la zona salvaje del sur de Chile en busca de gloria. Se encontró con los feroces indios mapuche y, de alguna forma, convenció a los líderes tribales de nombrarlo rey de una nueva gran nación indígena, el Reino de la Araucanía y la Patagonia.
Poco más de un año más tarde, el hombre que se hacía llamar rey Orélie Antoine I fue capturado por tropas chilenas, quienes lo declararon demente y lo expulsaron del continente.
Poco más de un año más tarde, el hombre que se hacía llamar rey Orélie Antoine I fue capturado por tropas chilenas, quienes lo declararon demente y lo expulsaron del continente.
Escudo del Royaume d'Araucanie et de Patagonie Visto en Wikipedia |
De vuelta en Francia, De Tounens insistió en que poseía un reino en América del Sur, incluso después de ser reducido a trabajar como farolero y vivir con su sobrino, un carnicero. El reino nunca fue reconocido por nación alguna y su territorio sigue siendo parte de Chile y Argentina. No obstante, la casa real —sustentada por nobles, asesores y miembros de un gabinete— sigue en pie, a pesar de que ya no reclama ningún territorio.
Los miembros de la corte se reúnen periódicamente para celebrar el brío del primer rey, promover los derechos indígenas y otorgarse impresionantes medallas y títulos.
Ahora, una amarga batalla ha estallado en el liderazgo de un reino que sólo existe en los libros de historia. En enero del 2014 murió el líder del reino, Philippe Boiry, tras 62 años de reinar como el príncipe Philippe, lo que abrió las puertas a un peculiar juego de tronos.
Un consejo especial se movió rápidamente para alzar a Jean-Michel Parasiliti di Para, un confidente de Boiry de 73 años, como el príncipe Antoine IV. El consejo asegura que la elección se ciñó estrictamente a las reglas.
No todos en el reino quedaron conformes. Dos caballeros de la orden de la Estrella del Sur, la máxima distinción del reino, se quejaron de que la elección se hizo demasiado rápido y que Parasiliti no era un candidato elegible. Los caballeros iniciaron una revuelta para instalar en el trono al hijo de uno de ellos, Stanislas Parvulesco, de 20 años.
De pie bajo la bandera azul, blanca y verde araucana, sus seguidores vieron el juramento de Parvulesco como príncipe Stanislas I en junio de 2014 en la granja del sur de Francia donde nació De Tounens. Sus partidarios, aunque son una minoría, insisten que es un príncipe legítimo. “No tiene sentido que en una monarquía se reemplace a un hombre viejo con otro”, dijo Parvulesco recientemente en un café parisino. Sus seguidores mantienen una página web donde publican las reflexiones de “Su Alteza Real Stanislas” y ocasionalmente organizan eventos sociales.
“Es todo lo que uno querría que fuese un príncipe”, dice Madeleine Masengu, a quien Parvulesco confirió el título de marquesa de Maragani.
Parasiliti lleva las de ganar, con apoyo de casi toda la corte jerárquica de Boiry, su predecesor. Unos 30 de los más leales a Parasiliti acudieron a una cena para conmemorar su cumpleaños.
“Es un niño al que le gustan los títulos y las medallas, y él quería que le diesen un título y una medalla”, dijo Parasiliti en referencia a Parvulesco.
Los seguidores de Parasiliti puede que no sean muy diferentes en ese sentido. El príncipe marcó su cumpleaños al conceder una serie de condecoraciones, como la concesión de una baronía a uno de sus seguidores y la designación de uno de sus hijos como príncipe de las Malvinas y Tierra de Fuego.
Las emociones en torno de la división a veces se desbordan en lugares poco usuales de activismo araucano como en Bryn Athyn, Pensilvania, donde se ubica la sede central de los 282 miembros que forman la Sociedad Realista Araucana de Norteamérica.
La entidad es liderada por el pastor presbiteriano Daniel Morrison, que también edita The Steel Crown, una revista conocida por sus artículos sobre temas como los instrumentos de percusión mapuche y la Constitución Araucana, que consta de 66 artículos. La edición más reciente de la publicación, no obstante, cambió drásticamente de tono y se dedicó a despotricar contra Parvulesco y sus partidarios.
“Engaño y Traición en una Farsa Medieval”, rezaba el titular sobre la investidura de Parvulesco. La publicación se burlaba de Parvulesco, al que caracterizó como el “niño príncipe” y asemejó a sus seguidores a Judas Iscariote. Los defensores de Parvulesco, dijo, son “renegados de derecha” que se oponen a los intentos de incluir a los mapuches en puestos de liderazgo, que, desde hace tiempo, están en manos de franceses.
Parvulesco dice que sus opiniones políticas no se pueden caracterizar de una manera tan simple, pero niega que quiera marginar a los mapuches. Cuenta que organiza un viaje a Patagonia para reunirse con los indígenas.
François d’Arboussier, el ahijado de Boiry que heredó la casa de De Tounens, apoya a Parvulesco. “Parece lógico elegir a alguien joven que represente algún tipo de continuidad”, observa.
Parasiliti, por su parte, dice que quiere bajar el nivel de pompa y enfocarse en el brazo de derechos humanos del reino, Auspice Stella, que intenta generar una mayor conciencia sobre las tierras indígenas y sus conflictos legales.
Muchos mapuches en América del Sur no conocen la historia del breve reinado, a pesar de representar un hito de cómo se construye una nación indígena, dice Reynaldo Mariqueo, un seguidor de Parasiliti y uno de los cuatro mapuches miembros del consejo gubernamental araucano.
De Tounens obtuvo el respaldo de los mapuches en parte gracias a una leyenda indígena de un visitante blanco que aparecería para ayudarlos a defender tierras nativas, dicen los historiadores.
“Ahora dicen que ese rey estaba loco”, recordó años después un mapuche que fue guía de De Tounens. “Tal vez. Vivía solo. No le gustaban las fiestas (...) llevaba ropa de mapuche y se dejó crecer el pelo largo, como los indígenas”.
Después de su expulsión de Chile, De Tounens intentó financiar su retorno emitiendo bonos en Londres y acuñando monedas araucanas. Regresó en tres ocasiones a América del Sur, pero jamás pudo superar la resistencia de las fuerzas armadas de Chile y Argentina.
De Tounens también sufrió otras desilusiones. Buscando una reina que le diese un heredero, colocó un anuncio en busca de “una doncella que esté dispuesta a compartir el destino”. No tuvo suerte. “Se mofaron de él sin cesar porque no podía encontrar una esposa”, cuenta Parvulesco.
De Tounens acabó nombrando como sucesor a un mercader de champaña que gobernó como el rey Achille I. El poder fue transferido cuatro veces más en los siguientes años hasta llegar a la actual controversia.
Parvulesco dice que encuentra consuelo en el hecho de que De Tounens también sufrió a consecuencia de sus convicciones.
Parasiliti se pregunta por qué Parvulesco simplemente no lo deja tranquilo.
“Dos o tres personas que le apoyan lo llaman su Alteza Real, eso lo debe satisfacer para seguir insistiendo”, señala. / Por Matt Moffett, publicado en The Wall Street Journal
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