martes, 27 de febrero de 2024

Mi amiga en la oscuridad

Una mañana en los últimos días febrero de 1975, dejamos el empalme entre un camino vecinal y la hoy ruta provincial 324, al norte del cruce del Rio Pueblo Viejo, medio al SO de Monteros, Tucumán. Éramos seis conscriptos, un cabo radio operador, un veterano sargento que era como el padre de todos, por cómo nos cuidaba y enseñaba, y finalmente un teniente nuevito, que nos sorprendía por su capacidad e inteligencia.

Visto en internet, crédito a quien corresponda
La misión era realizar un reconocimiento del terreno. Estábamos volviendo al punto de extracción que estaba unos kilómetros al Este, de donde los helicópteros UH-1H "Huey" nos sacarían para regresar al punto donde estaba estacionada nuestra unidad. 

Avanzábamos por los lados del camino flanqueado por el monte tucumano. Íbamos separados, alternados uno de un lado y siguiente del otro lado del camino. Cuando llegamos al campo abierto, sobre el flanco norte, a nuestra izquierda, había un gran rastrojo de cañaveral con algo de malezas bajas, y sobre el flanco sur, a nuestra derecha, había un matorral y restos del monte con suelo quemado.

El teniente que encabezaba el escuadrón, iba al frente, dio la señal de alto y abajo, el sargento avanzó desde el fondo dando la instrucción de estar atentos. El teniente y el sargento se dieron un tiempo para escudriñar todo con los prismáticos. 


Al cabo de unos largos minutos, primero sentimos y luego vimos que un Huey del Ejercito pasaba de norte a sur a unos 500 metros sobre el camino frente a nosotros. El teniente, entonces da la señal de continuar, El sargento regresa al fondo, nuevamente dando la instrucción de estar atentos.

Seguimos avanzando, muy atentos, más bien ansiosos, con las armas en manos. El sudor nos comenzó a mojar. Por ahí la combinación de sudor y el resplandor del Sol nos molestaba.

Habiendo avanzado unos quinientos metros, sorprendentemente el teniente grita atención, señalando hacia el norte. Inmediatamente se siente un sonido ahogado, un silbido y un ruido frente a mi.

Veo a Chiquito caer pesadamente en el suelo. Chiquito iba adelante de mi, y le decíamos así por ser el más matungo de todos en el batallón.

Me levanto para tratar de ayudarlo, y siento el grito del sargento diciendo, "cuerpo a tierra soldado". Fue lo último que escuche, luego sentí un fuerte golpe en lo alto del casco.

El impacto me levanta y me tira de espalda. Lo primero que pega en el piso es la parte trasera de mi cabeza. Un fuerte dolor me invade, no puedo soltar el aire, no me puedo mover.

Quedo tirado boca arriba, inmovilizado, los sonidos se van apagando a medida que el dolor se va calmando. Veo el celeste y diáfano Cielo tucumano, al cabo de un momento todo se empieza a oscurecer. Es una oscuridad total, antes de perder la conciencia, siento que desde esa oscuridad una suave voz me dice una palabra, tranquilo.

Lo que pasó después es difícil de describir. Cada tanto, sin conciencia de cuanto tiempo pasaba, sentía que flotaba en un ámbito muy agradable. Por ahí recordaba a mi familia, y nuevamente esa suave voz me repetía esa única palabra.

No tenía conciencia del tiempo, era como estar en un largo  sueño, pero sin sueños. En algún momento comencé a sentir cosas, primero me di cuenta que estaba en una cama, sentía las sábanas, luego sonidos y algunas voces. Después ciertos aromas, y entre ellos uno que me parecía conocido. Solo duraba unos instantes y volvía a mi cómoda oscuridad, donde me sentía seguro y tranquilo porque estaba la suave voz, mi amiga.

En algún momento vi un reflejo, una tenue línea de luz frente a mi. Una voz dice, está despertando. Luego sentí una suave caricia en la sien derecha e inmediatamente reconocí el aroma que en la oscuridad me parecía conocido. Es el perfume de mi Mamá y lentamente abrí los ojos para verla con su feliz sonrisa. Paz y alegría total.

El médico me dice que mantenga la calma, que tuve una severa conmoción cerebral, una lesión cerebral traumática que afecta las funciones de mi cerebro, y que con cuidados me recuperaría. Que había estado en coma varias semanas.

Meses después, ya recuperado y antes de salir del hospital militar, vi que un suboficial mayor, grande como un ropero, en uniforme de calle y con una gran sonrisa, se me arrimaba. Era el sargento.

Me cuenta que la bala impactó la parte superior del casco y nunca me tocó. Me alegré al saber que Chiquito también había sobrevivido y que lo habían mandado a su casa un mes antes de mi despertar.

Han pasado cinco décadas de ese fuerte suceso, gracias a Tata Dios he vivido una buena y productiva vida, he olvidado todas las penurias de aquellos tiempos, pero aún hoy cada vez que duermo y entro en la oscuridad, siento la presencia de mi amiga que me dice, tranquilo.-

Ficción, todo parecido con la realidad es sólo una coincidencia    

Jorge S. King
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