Una mañana en los últimos días febrero de 1975, dejamos el empalme entre un
camino vecinal y la hoy ruta provincial 324, al norte del cruce del Rio
Pueblo Viejo, medio al SO de Monteros, Tucumán. Éramos seis conscriptos, un cabo
radio operador, un veterano sargento que era como el padre de todos, por
cómo nos cuidaba y enseñaba, y finalmente un teniente nuevito, que nos
sorprendía por su capacidad e inteligencia.
Visto en internet, crédito a quien corresponda |
Avanzábamos por los lados del camino flanqueado por el monte tucumano.
Íbamos separados, alternados uno de un lado y siguiente del otro lado del
camino. Cuando llegamos al campo abierto, sobre el flanco norte, a nuestra
izquierda, había un gran rastrojo de cañaveral con algo de malezas bajas, y
sobre el flanco sur, a nuestra derecha, había un matorral y restos del monte
con suelo quemado.
El teniente que encabezaba el escuadrón, iba al frente, dio la señal de
alto y abajo, el sargento avanzó desde el fondo dando la instrucción de
estar atentos. El teniente y el sargento se dieron un tiempo para escudriñar
todo con los prismáticos.
Al cabo de unos largos minutos, primero sentimos y luego vimos que un Huey
del Ejercito pasaba de norte a sur a unos 500 metros sobre el camino frente
a nosotros. El teniente, entonces da la señal de continuar, El sargento
regresa al fondo, nuevamente dando la instrucción de estar
atentos.
Seguimos avanzando, muy atentos, más bien ansiosos, con las armas en manos.
El sudor nos comenzó a mojar. Por ahí la combinación de sudor y el
resplandor del Sol nos molestaba.
Habiendo avanzado unos quinientos metros, sorprendentemente el teniente
grita atención, señalando hacia el norte. Inmediatamente se siente un sonido
ahogado, un silbido y un ruido frente a mi.
Veo a Chiquito caer pesadamente en el suelo. Chiquito iba adelante de mi, y
le decíamos así por ser el más matungo de todos en el batallón.
Me levanto para tratar de ayudarlo, y siento el grito del sargento
diciendo, "cuerpo a tierra soldado". Fue lo último que escuche, luego sentí
un fuerte golpe en lo alto del casco.
El impacto me levanta y me tira de espalda. Lo primero que pega en el piso
es la parte trasera de mi cabeza. Un fuerte dolor me invade, no puedo soltar
el aire, no me puedo mover.
Quedo tirado boca arriba, inmovilizado, los sonidos se van apagando a
medida que el dolor se va calmando. Veo el celeste y diáfano Cielo tucumano,
al cabo de un momento todo se empieza a oscurecer. Es una oscuridad total,
antes de perder la conciencia, siento que desde esa oscuridad una suave voz
me dice una palabra, tranquilo.
Lo que pasó después es difícil de describir. Cada tanto, sin conciencia de
cuanto tiempo pasaba, sentía que flotaba en un ámbito muy agradable. Por ahí
recordaba a mi familia, y nuevamente esa suave voz me repetía esa única
palabra.
No tenía conciencia del tiempo, era como estar en un largo sueño,
pero sin sueños. En algún momento comencé a sentir cosas, primero me di
cuenta que estaba en una cama, sentía las sábanas, luego sonidos y algunas
voces. Después ciertos aromas, y entre ellos uno que me parecía conocido.
Solo duraba unos instantes y volvía a mi cómoda oscuridad, donde me sentía
seguro y tranquilo porque estaba la suave voz, mi amiga.
En algún momento vi un reflejo, una tenue línea de luz frente a mi. Una voz
dice, está despertando. Luego sentí una suave caricia en la sien derecha e
inmediatamente reconocí el aroma que en la oscuridad me parecía
conocido. Es el perfume de mi Mamá y lentamente abrí los ojos para verla con
su feliz sonrisa. Paz y alegría total.
El médico me dice que mantenga la calma, que tuve una severa conmoción
cerebral, una lesión cerebral traumática que afecta las funciones de mi cerebro, y que
con cuidados me recuperaría. Que había estado en coma varias
semanas.
Meses después, ya recuperado y antes de salir del hospital militar, vi que
un suboficial mayor, grande como un ropero, en uniforme de calle y con una
gran sonrisa, se me arrimaba. Era el sargento.
Me cuenta que la bala impactó la parte superior del casco y nunca me tocó.
Me alegré al saber que Chiquito también había sobrevivido y que lo habían
mandado a su casa un mes antes de mi despertar.
Han pasado cinco décadas de ese fuerte suceso, gracias a Tata Dios he
vivido una buena y productiva vida, he olvidado todas las penurias de
aquellos tiempos, pero aún hoy cada vez que duermo y entro en la oscuridad,
siento la presencia de mi amiga que me dice, tranquilo.-
Ficción, todo parecido con la realidad es sólo una coincidencia
Jorge S. King
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