Sinceramente impresionado, como la absoluta mayoría, veía como toda la
hostilidad del Presidente Trump, su ignorancia y desprecio por las
tradiciones democráticas, culminó en una violenta exhibición de sus
partidarios sitiando y tomando al Capitolio. La peor manera de
terminar.
Como seguramente a muchos en el Mundo, me dio pena por la Democracia, ese
sistema que defendemos porque es una forma de organización social que
atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía, limitando y
controlando al poder, y lo consideramos el mejor sistema porque se basa en
la libertad de elección, la construcción de consensos y sobre todo en el
respeto del ser humano y sus libertades y derechos individuales.
Disturbios y violencia en el Capitolio: el fin de la era Trump.
Por Peter Baker, publicado por The New York Times.
Luego de que el presidente Trump incitó a sus seguidores para que no aceptaran
su derrota electoral, los partidarios iracundos irrumpieron en el Capitolio,
suspendiendo la validación de las elecciones y protagonizando el violento
final de su presidencia.
Foto de Kenny Holston para The New York Times |
WASHINGTON— Así que así es como termina. La presidencia de Donald J. Trump,
desde el inicio enraizada en el enojo, la polarización y la promoción de las
conspiraciones, llega a su fin con una turba violenta que irrumpió en el
Capitolio instigada por un líder derrotado que intenta aferrarse al poder
como si Estados Unidos fuera otro país autoritario.
Las escenas en Washington habrían sido inimaginables en otra era: una turba
desbandada en la ciudadela de la democracia de Estados Unidos. Agentes de
policía, con pistolas, en un enfrentamiento armado para defender la Cámara
de Representantes. Gas lacrimógeno en la rotonda. Congresistas escondidos.
Extremistas de pie en el lugar que ocupa el vicepresidente en el estrado del
Senado y sentados en el escritorio de la presidenta de la Cámara de
Representantes.
Las palabras que describían los hechos eran igualmente alarmantes: golpe.
Insurrección. Sedición. De pronto, Estados Unidos era comparado con una
“república bananera” y recibía mensajes de preocupación de otras capitales
del mundo. Resultó que la “matanza estadounidense” no era lo que el
presidente Trump detendría, como prometió al asumir el cargo, pero lo que
terminó por entregar años después, en el mismo edificio donde prestó
juramento.
El espasmo en Washington coronó 1448 días de tormentas en Twitter,
provocaciones, instigaciones racistas, quebrantamiento de normas,
gobernanza de presentador vulgar y manipulación de la verdad del Despacho
Oval que dejó al país más polarizado que en generaciones. Quienes habían
advertido sobre los peores escenarios solo para ser tachados de alarmistas
vieron cómo sus miedos más profundos se realizaron. Para el final del día,
incluso algunos republicanos sugerían destituir a Trump según lo previsto
por la vigesimoquinta enmienda en lugar de esperar dos semanas hasta la
toma de mando del presidente electo, Joseph R. Biden Jr.
La extraordinaria invasión del Capitolio fue un último manotazo de
ahogado desesperado de un bando frente al desalojo político. Incluso
antes de que la turba puso pie en el edificio la tarde del miércoles, la
presidencia de Trump se desvanecía. Los demócratas tomaban el control
del Senado con un par de victorias de segunda vuelta en Georgia que los
republicanos atribuyeron al comportamiento errático del presidente.
Dos de sus aliados más leales, el vicepresidente Mike Pence y el senador
por Kentucky Mitch McConnell, líder republicano, rompieron con Trump de
un modo que nunca habían hecho al rehusarse a respaldar su intento de
anular una elección democrática después de apoyarlo o quedarse en
silencio durante cuatro años de conflicto tóxico, escándalo y capricho.
E incluso más republicanos perdieron la paciencia luego de la toma del
Capitolio.
“Lo que hemos visto hoy es ilegal e inaceptable”, dijo la representante
por el estado de Washington Cathy McMorris Rodgers, integrante de
liderazgo republicano de la Cámara de Representantes que revirtió los
planes de unirse al esfuerzo de Trump para bloquear los resultados de
las elecciones. “He decidido que votaré para ratificar los resultados
del Colegio Electoral y animo a Donald Trump a condenar y a poner fin a
esta locura”.
La representante por Wyoming Liz Cheney, otra líder republicana, dijo
que Trump era responsable por la violencia. “No hay duda de que el
presidente formó la turba, que el presidente incitó a la turba y que el
presidente se dirigió a la turba”, le dijo a Fox News en un comentario
que luego publicó en línea. “Encendió las llamas. Esto no es Estados
Unidos”.
El senador por Missouri Roy Blunt, un republicano veterano, dijo que no
tenía interés en lo que Trump tenía que decir. “No quiero saber nada”,
le dijo a los periodistas. “Fue un día trágico y creo que fue parte de
él”.
La cascada de crítica vino incluso del círculo de Trump, cuando sus
asesores expresaron preocupación por cuán lejos estaba dispuesto a
llegar para deshacer una elección que había perdido. Al menos tres
colaboradores, Stephanie Grisham, Sarah Matthews y Rickie Niceta,
renunciaron y se esperaba que otros más lo hicieran. Luego de que en un
inicio solo hizo débiles llamamientos a que la turba en el Capitolio
fuera pacífica, varios integrantes del equipo de Trump le rogaron
públicamente que hiciera más.
“Condene esto ahora, @realDonaldTrump”, escribió en Twitter Alyssa
Farah, quien acaba de renunciar como su directora de comunicaciones.
“Eres el único al que escucharán. ¡Por nuestro país!”.
Mick Mulvaney, quien se desempeñó como jefe de gabinete de Trump en la
Casa Blanca, y luego se convirtió en un enviado especial, hizo un
llamado similar. “Lo mejor que @realDonaldTrump podría hacer ahora mismo
es dirigirse a la nación desde el Despacho Oval y condenar los
disturbios”, escribió . “Una transición pacífica del poder es esencial
para el país y debe suceder el 20/1”.
Momentos después de que Joseph Biden, el presidente electo, apareció
en televisión en vivo para deplorar la “insurrección” en el Capitolio
y pedirle a Trump que se presentara ante las cámaras, el presidente
lanzó en línea un video grabado que ofrecía mensajes contradictorios.
Reiteró sus quejas contra las personas que eran “tan malas y tan
malvadas”, incluso cuando les dijo a sus seguidores que era hora de
retirarse, sin condenar sus acciones.
“Sé que están heridos”, les dijo. “Nos robaron una elección. Fue una
elección arrolladora y todos lo saben, especialmente los del otro
lado. Pero hay que irse a casa ahora”. Y añadió: “Los amamos. Son muy
especiales”. En lugar de calmar las aguas, el video pareció agitarlos
más, tanto que Facebook y Twitter suspendieron temporalmente las
cuentas de Trump.
Tom Bossert, exasesor de seguridad nacional del presidente, denunció a
su exjefe: “Esto es más que equivocado e ilegal”, dijo en Twitter. “No
es estadounidense. Durante meses el presidente socavó sin fundamento
la democracia estadounidense. Como resultado, es culpable de este
asedio y una absoluta desgracia”.
A pesar de que durante años Washington ha sido testigo de muchas
protestas, incluidas algunas que se volvieron violentas, el
levantamiento del miércoles fue distinto a cualquier cosa que la
capital haya visto en tiempos modernos al interrumpir, literalmente,
la aceptación de la victoria electoral de Biden.
El ataque al Capitolio fue el primero realizado por un grupo de
invasores hostiles desde que los británicos tomaron el edificio en
1814, según la Sociedad Histórica del Capitolio de Estados Unidos.
Cuatro nacionalistas puertorriqueños ingresaron al edificio de
manera pacífica en 1954 y se sentaron en la galería de visitantes de
la Cámara y entonces sacaron armas y abrieron fuego indiscriminado
hiriendo a cinco legisladores. En 1998, un hombre armado ingresó al
recinto y mató a dos integrantes de la Policía del Capitolio.
Pero ninguna de esas ocasiones fue azuzada por un presidente
estadounidense del modo en que Trump lo hizo el miércoles en su
“Marcha para salvar Estados Unidos”, en el parque Elipse al sur de
la Casa Blanca justo cuando el Congreso sesionaba para validar la
elección de Biden.
“Nunca nos rendiremos”, declaró Trump. “Nunca cederemos. Eso no
pasará. No se concede cuando se trata de un robo. Nuestro país ya
ha tenido suficiente. No lo soportaremos más, y de eso se trata
todo esto”.
Mientras la multitud en el Elipse coreaba: “¡Lucha por Trump!
¡Lucha por Trump!”, el presidente arremetió contra los miembros de
su propio partido por no hacer más para ayudarlo a aferrarse al
poder por encima de la voluntad del pueblo. “Hay tantos
republicanos débiles”, se quejó, y luego juró vengarse de quienes
considera que no han sido suficientemente leales. “Serán los
primeros”, dijo.
Se refirió a Brian Kemp, gobernador republicano de Georgia, que lo
enfureció al no intervenir en las elecciones, llamándolo “uno de
los gobernadores más tontos de Estados Unidos”. Y también atacó a
William Barr, el fiscal general que no quiso validar sus quejas
electorales. “De repente, Bill Barr cambió”, se quejó.
Otros oradores, incluidos sus hijos Donald Trump Jr. y Eric Trump,
criticaron a los legisladores republicanos por no defender al
mandatario. “Hagamos un juicio por combate”, exhortó Rudolph W.
Giuliani, el exalcalde de Nueva York que ha fungido como abogado
personal del presidente.
“Esta reunión debería enviarles un mensaje a las personas que no
hicieron nada para detener el robo”, dijo Donald Trump Jr. “Este
ya no es su Partido Republicano. Este es el Partido Republicano de
Donald Trump”.
Pero la duda es por cuánto tiempo más. Trump enfrentaba el final
de su reinado de manera muy similar a como lo inició: sin el
apoyo de la mayoría de los estadounidenses. Ganó el voto del
Colegio Electoral en 2016 con casi tres millones de votos menos
que su oponente en el voto popular y perdió por siete millones
en noviembre. Ni un solo día de su presidencia obtuvo la
aprobación de la mayoría de los estadounidenses en los
principales sondeos, a diferencia de todos sus antecesores en la
historia de las encuestas.
De no haber sido por el ataque al Capitolio, el rompimiento con
Pence y McConnell habría sido en sí mismo un terremoto político.
Pence rechazó la petición del mandatario de que use su papel
como director del recuento del Colegio Electoral para rechazar a
los electores de Biden. Y McConnell pronunció un enérgico
discurso en el que repudió el esfuerzo de Trump por revertir las
elecciones.
“Si estas elecciones fueran anuladas simplemente por las
acusaciones del bando perdedor, nuestra democracia entraría en
una espiral de muerte”, dijo McConnell en un discurso antes de
que los alborotadores invadieran el Capitolio.
Pence divulgó una carta en la que decía que no tenía el poder
para hacer lo que el presidente quería. “Conferir al
vicepresidente una autoridad unilateral para decidir las
contiendas presidenciales sería completamente antitético” al
diseño constitucional, escribió.
Y agregó: “Creo que mi juramento de apoyar y defender la
Constitución me limita al momento de reclamar una autoridad
unilateral para determinar qué votos electorales deben contarse
y cuáles no”.
Como Pence no quería ni podía detener el conteo, los partidarios
del presidente decidieron hacerlo ellos mismos. Y, durante
varias horas, lo lograron. Pero cuando al fin fueron desalojados
del Capitolio, los legisladores retomaron el proceso de poner
fin a la presidencia de Trump.
Inlcuso el senador por Carolina del Sur, Lindsey Graham, uno de
sus aliados más poderosos, declaró prácticamente acabada la era
de Trump cuando se opuso al intento del mandatario de anular los
resultados electorales. “Es suficiente”, dijo en el pleno. “Se
acabó”. / Por Peter Baker, publicado por The New York Times.-
Peter Baker es el corresponsal principal de la Casa Blanca y ha
cubierto las gestiones de los últimos cuatro presidentes para el
Times y The Washington Post. También es autor de seis libros, el
más reciente de ellos se titula The Man Who Ran Washington: The
Life and Times of James A. Baker III. @peterbakernyt •
Facebook.-
Nota relacionada:
- Un golpe es un golpe es un golpe: "Los latinoamericanos sabemos de golpes institucionales. Y lo que hemos visto hoy y en las últimas semanas en Estados Unidos, es uno". Por Diego Fonseca, publicado por The New York Times.-
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