Conservar la sociedad
Artículo de opinión de Daniel Innerarity, publicado el 7/10/2023 en
La Vanguardia
Con una biosfera al borde del colapso y en medio de una cadena de crisis
que gestionamos sin resolverlas de verdad, las expectativas sociales están
cambiando profundamente. Ya ni siquiera la retórica de una “gran
transformación” (Karl Polanyi) oculta el hecho de que los ideales de cambio
se han sustituido por los imperativos de la conservación.
Imagen decorativa. Foto de Jorge S. King ©Todos los derechos reservados |
Hemos estado sobrevalorando nuestras capacidades no solo de modificar la
realidad, sino incluso de gobernar las situaciones y ahora nos conformamos
con que no se nos escapen completamente de las manos.
La sociedad contemporánea se ha despedido del concepto de progreso y a lo
máximo que aspira es a mejorar su reacción adaptativa. Tenemos una actitud
más bien defensiva frente al mundo, donde no se trata ya de progresar sino
de mantener y conservar, concretamente, de asegurar nuestra
supervivencia.
No faltan ejemplos de ello en la gestión de las crisis: la reacción frente
a la última crisis financiera consistió en estabilizar la economía, no en
transformarla, salvo en una medida muy escasa, lo que denominamos “ajustes
estructurales”.
Las recuperaciones económicas tienen lugar en el contexto de un capitalismo
global caracterizado por sus crisis y que son solventadas momentáneamente
por la intervención pública. La economía se basa en unas prácticas
extractivas y una relación con la naturaleza que han convertido al sistema
económico en una fuente de inestabilidad, mientras siguen sin aparecer
políticas económicas alternativas.
Actuamos frente a la pandemia sin capacidad de anticipación, de manera
reactiva, y es cuestionable que hayamos hecho los aprendizajes necesarios y
que seamos capaces de llevar a cabo las reformas aconsejables.
Frente a la crisis climática, la receta de que disponemos es mitigación y
resiliencia, o una respuesta individual como los boicots, el reciclaje o el
cambio de hábitos de consumo que no son suficientes para reducir
significativamente los riesgos generados. Percibimos los riesgos ecológicos
como algo que está ya fuera del alcance del control humano.
Una prueba de que estamos más en un contexto de conservación que de
transformación es el éxito de los conceptos de resiliencia y mitigación. La
resiliencia consiste en la capacidad de adaptación a unas circunstancias
exteriores desfavorables; no es un modo de hacerse con el futuro, sino de
responder a las crisis del presente.
La apelación a resistir conecta con esa idea del régimen neoliberal de que
la seguridad es cada vez menos una tarea del Estado y más una exigencia
individual. Y con el concepto de mitigación parecemos resignarnos a
disminuir el impacto de las crisis, ya que no somos capaces de evitarlas: el
futuro que abre la mitigación no está en la lógica del progreso sino en la
de ganar el presente, estabilizarlo y prolongarlo, impidiendo lo peor.
Estoy hablando de algo más amplio y complejo que la supervivencia
biológica, que incluye también nuestras expectativas y nuestro modo de
actuar en el mundo. Me refiero a una crisis del progreso entendido como una
constante mejora de las condiciones vitales, del desarrollo ilimitado del
sujeto y de la configuración heroica del futuro.
No estamos ya en el horizonte de un crecimiento económico constante, de la
aceleración tecnológica incuestionada, de las innovaciones culturales y la
continua revisión de las decisiones vinculantes, que permitiría nuevos
momentos constituyentes, transformaciones y reformas. En la adaptación hay
cambios, pero no decisiones libres, sino decisiones forzadas y con un
conjunto de opciones muy limitado.
En este contexto, es lógico que la esperanza haya perdido mucha de su
fuerza sugestiva. Ya no se trata de conquistar el futuro sino de alargar el
presente. Bastaría con que nos quedáramos como estamos, parece decirse. Esto
tiene otra versión en términos de ruptura entre lo privado y lo
público.
La expectativa de una felicidad privada, de ascenso individual y relaciones
personales satisfactorias resulta más relevante para la propia vida que la
transformación de la sociedad. La famosa tesis de Marx se ha reformulado: lo
revolucionario es actualmente preservar el mundo, no tanto cambiarlo.
Una posible explicación de este nuevo paisaje la ofrece el sociólogo alemán
Philipp Staab al sostener que se ha hecho patente la contradicción entre el
principio moderno de expansión y el principio contemporáneo de conservación.
Desde la Ilustración hasta Mayo del 68 se fue afirmando una subjetividad que
ya no resulta viable.
El objetivo de auto-rrealización ha quedado a un lado mientras nos ocupamos
de las cuestiones relativas a nuestra supervivencia, especialmente desde el
momento en que podemos suponer que fue precisamente aquel ideal de la
modernidad irreflexiva el que provocó los problemas de supervivencia a los
que se enfrenta nuestra sociedad.
¿Y si todo esto nos estuviera animando a buscar un ideal pos-narcisista de
la vida buena? Tal vez la primacía de la autoconservación, en lugar de
obligarnos a olvidar el desarrollo personal, nos invita a pensarlo de otra
manera: que el lujo no sea la explotación de la naturaleza, la disposición
absoluta a la movilidad o el consumo desaforado, sino la soberanía sobre el
tiempo propio, el desplazamiento a escala humana (a pie, en bicicleta, en
transporte público, la conexión digital) o la alimentación sostenible.
No estamos renunciando a ninguna dimensión seria de nuestra libertad actual
cuando renunciamos a ejercerla de un modo que arruina nuestra libertad
futura./ Artículo de opinión de Daniel Innerarity, publicado el 7/10/2023
en La Vanguardia
Copyright ©La Vanguardia,2023.
Daniel Innerarity
Director de Globernance (Instituto de Gobernanza Democrática)
Catedrático de Filosofía Política, investigador «Ikerbasque» en la
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y profesor en
el Instituto Europeo de Florencia. Ha sido profesor invitado en la
Universidad de La Sorbona, la London School of Economics, el Max Planck
Institut de Heidelberg y la Universidad de Georgetown. Ha recibido
varios premios, entre otros, el Premio Nacional de Ensayo y el Premio
Príncipe de Viana de la Cultura. Su investigación gira en torno al
gobierno de las sociedades contemporáneas y la elaboración de una teoría
de la democracia compleja. Sus últimos libros son “La política en
tiempos de indignación” (2015), “La democracia en Europa” (2017),
“Política para perplejos” (2018), “Comprender la democracia” (2018),
«Una teoría de la democracia compleja» (2020) y «Pandemocracia. Una
filosofía de la crisis del coronavirus» (2020). Es colaborador habitual
de opinión en los diarios El Correo / Diario Vasco, El País y La
Vanguardia. www.danielinnerarity.es
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