Desde una estación espacial en Argentina, China expande su presencia en Latinoamérica.
Por Ernesto Londoño, publicado por
The New York Times Company.
La apertura de una base en la Patagonia es uno de los símbolos más recientes de los planes de Pekín de asentarse en la región, una estrategia que involucra el futuro económico de varios países y es celebrada por algunos y temida por otros.
QUINTUCO, Argentina — La antena gigantesca se levanta desde el suelo del desierto como una aparición, una torre de metal resplandeciente que se eleva dieciséis pisos sobre un tramo interminable de la Patagonia azotado por el viento.
El dispositivo de 450 toneladas, con su enorme plato que parece abrazar los cielos abiertos, es la atracción principal de una estación de control para satélites y misiones espaciales que tiene un valor de 50 millones de dólares y fue creación del Ejército chino.
La base solitaria es uno de los símbolos más impactantes de la estrategia que Pekín lleva implementando desde hace tiempo para transformar Latinoamérica y dar forma al futuro de la región, a menudo a través de maniobras que socavan directamente el poder político, económico y estratégico de Estados Unidos en esta.
La estación comenzó sus operaciones en marzo y ha tenido un papel esencial en la audaz expedición que planea China hacia el lado más lejano de la Luna. Los funcionarios argentinos dicen estar eufóricos por apoyar esta iniciativa.
Sin embargo, la manera en que se negoció la base —en secreto, cuando Argentina estaba desesperada por captar inversiones— y las preocupaciones de que esta pudiera mejorar las capacidades de China para recabar información en el hemisferio han detonado un debate en Argentina sobre los riesgos y beneficios que implica dejarse arrastrar a la órbita de China.
“Pekín ha transformado las dinámicas de la región, desde las agendas de sus dirigentes y empresarios hasta la estructura de sus economías, el contenido de su política e incluso sus dinámicas de seguridad”, dijo R. Evan Ellis, profesor de Estudios Latinoamericanos de la Escuela Superior de Guerra del Ejército de Estados Unidos.
En la última década, Estados Unidos ha puesto poca atención en el hemisferio; en su lugar anunció un giro hacia Asia, con la esperanza de fortalecer las relaciones económicas, militares y diplomáticas como parte de la estrategia del gobierno de Obama para coartar el poderío chino. Mientras tanto, China ha llevado a cabo discretamente un plan de gran alcance en Latinoamérica. Ha expandido el comercio de manera considerable, ha rescatado gobiernos, construido enormes proyectos de infraestructura, fortalecido los lazos militares y ha asegurado inmensas cantidades de recursos, así, ha enlazado su destino al de varios países de la región y viceversa.
China dejó muy claras sus intenciones en 2008. En el primer documento político de su tipo, que entonces no llamó mucho la atención, Pekín argumentó que las naciones de América Latina estaban “en un nivel de desarrollo similar” al de China y que ambas partes tenían mucho que ganar.
Los líderes de la región fueron más que receptivos. Un cuadro de presidentes de izquierda —de países como Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Uruguay y Bolivia— que querían una región más autónoma desafiaban la primacía que Washington tenía sobre América Latina y que en gran medida daba por sentada desde el final de la Guerra Fría.
La invitación de Pekín llegó en un momento fortuito: durante el punto más álgido de la crisis financiera. Aferrándose al apetito voraz de China por el petróleo, el hierro, la soja y el cobre de la región, Latinoamérica quedó un poco protegida de la peor parte del daño a la economía mundial.
Después, cuando el precio del petróleo y de otros productos básicos se desplomó en 2011, varios países de la región se encontraron de pronto en un terreno inestable. Una vez más, China acudió en su ayuda y, por medio de una serie de acuerdos, consolidó aún más su papel de actor central en América Latina por décadas.
A pesar de que hay lugares de América Latina que están dando un giro hacia la derecha en términos políticos, los dirigentes de la zona han adaptado sus políticas para satisfacer las demandas chinas. El dominio de Pekín en una gran parte de la región, y lo que significa para la relación con Estados Unidos, se ha vuelto cada vez más evidente.
“Es un hecho consumado”, dijo Diego Guelar, el embajador argentino en China. En 2013, Guelar publicó un libro con un título alarmante: La invasión silenciosa: el desembarco chino en América del Sur.
“Ya no es silenciosa”, dijo Guelar, refiriéndose a la incursión de China en la región.
El año pasado, el comercio entre China y los países de América Latina y el Caribe alcanzó los 244.000 millones de dólares, más del doble de lo que se generó una década antes, de acuerdo con el Centro de Políticas de Desarrollo Global de la Universidad de Boston. Desde 2015, China ha sido el principal socio comercial de Suramérica, con lo cual ha eclipsado a Estados Unidos.
Tal vez de manera más significativa, China ha desembolsado miles de millones de dólares en préstamos para el continente americano que están respaldados con productos básicos, lo que le ha permitido reclamar durante años una gran porción del petróleo regional, incluido casi el 90 por ciento de las reservas de Ecuador.
China también se ha vuelto indispensable, pues rescató a gobiernos en problemas y a empresas estatales vitales para países como Venezuela y Brasil, con lo cual ha demostrado estar dispuesta a hacer grandes apuestas para garantizar su lugar en la región.
En Argentina, una nación que había quedado fuera de los mercados crediticios a nivel internacional por haber incumplido el pago de cerca de 100.000 millones de dólares en bonos, China se convirtió en una bendición para la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Y, mientras le extendía una mano amiga, Pekín comenzó a negociar en secreto la estación satelital y de control espacial en la Patagonia.
Los funcionarios argentinos aseguran que los chinos han accedido a no utilizar la base para fines militares. No obstante, expertos argumentan que la tecnología con la que cuenta la estación tiene muchos usos estratégicos.
Frank A. Rose, quien fue subsecretario de Estado para el control de armas durante el gobierno de Obama, mencionó que en años recientes China ha desarrollado tecnología sofisticada para interferir, alterar y destruir satélites.
Además, los expertos aseguran que las antenas y otros equipos que se utilizan de respaldo en misiones espaciales, similares a las que tienen los chinos en la Patagonia, posiblemente aumenten la capacidad de China para recabar información.
“Una antena gigante es como una enorme aspiradora”, comentó Dean Cheng, quien trabajó como investigador en el Congreso estadounidense y ahora estudia la política de seguridad nacional de China. “Succiona señales, información, todo tipo de cosas”.
Un portavoz del Pentágono, el teniente coronel Christopher Logan, dijo que los oficiales castrenses estadounidenses aún analizan las implicaciones de la estación de monitoreo china. Funcionarios chinos rechazaron solicitudes de entrevistas acerca de la base y los programas espaciales.