Por J. Oscar Geréz - Publicado por El Liberal
Dichoso del hombre sencillo que tiene amigos sinceros. Que se levanta con la serenidad del que ha dormido sin cuentas pendientes con la vida. Porque su vida son sus hijos, su trabajo, su mano abierta y tendida hacia el otro que necesita, hacia el otro que sufre o hacia el otro que lo busca sin intereses, sólo para compartir una alegría que es pequeña, pero que es genuina.
El hombre sencillo no tiene plata ni apellidos ni honores nacidos del poder, pero -no caben dudas-, es un tipo valiente. Con qué otra arma se puede enfrentar este mundo cargado de gentes sin humildad por culpa del dinero, de los apellidos y de los supuestos honores mal nacidos del poder.
En los arrabales de Santiago, vive el hombre sencillo. Gusta del mate de a dos, con pan casero y cáscaras de naranjas. Sus ojos brillan de esperanza cuando mira los cuadernos de sus changos, adornados de vocales multicolores y de números hasta el diez.
Ayer he visto al hombre sencillo. Está siempre como esperando. Cuando calla y la mirada se pierde en la dudosa línea del horizonte, su silencio inspira un inapelable respeto. Me ha confesado que últimamente tiene visiones de su infancia. De las dos piecitas del barrio El Triángulo, del guisito de arroz con “borgojos”, de las zapatillitas de tela azul, endurecidas de algún barro de febrero. Visiones del abrazo interminable con el viejo y la vieja cuando se murió “Colita”, el cuzco cobarde que le temía a los cohetes en Año Nuevo. (Hubo otros abrazos que nunca pudo entender, pero que se daban inexorablemente cerca de fin de mes).
El hombre sencillo -me lo ha confesado- de chico quería ser inventor. Imaginaba que creaba el azúcar que nunca tenía el mate cocido calentito de las mañanas antes de ir a la escuela. Imaginaba que inventaba una pelota de fútbol de cuero interminable, imaginaba que descubría la manera de que todos los chicos del barrio tuvieran un yoyó de luces y un papá esperando en la puerta del jardín de infantes Rosario Vera Peñaloza.
Yo creo que el hombre sencillo ha convertido su deseo en realidad. Porque a través de esos sueños se ha inventado a sí mismo: un hombre sencillo, pero inmensamente rico en los valores que sus necesidades le han forjado en cada arruga y en cada fracaso. La falta de abrigo, el hambre de sobra, la falta de caramelos, la sobra de frío, modelaron al hombre sencillo que hoy sabe que todavía en el mundo hace falta un tipo derecho -o muchos de ellos-, capaces de hacer realidad los sueños, de los miles de changuitos que por los arrabales de Santiago no saben que tienen derecho a ser niños felices.-
Dichoso del hombre sencillo que tiene amigos sinceros. Que se levanta con la serenidad del que ha dormido sin cuentas pendientes con la vida. Porque su vida son sus hijos, su trabajo, su mano abierta y tendida hacia el otro que necesita, hacia el otro que sufre o hacia el otro que lo busca sin intereses, sólo para compartir una alegría que es pequeña, pero que es genuina.
El hombre sencillo no tiene plata ni apellidos ni honores nacidos del poder, pero -no caben dudas-, es un tipo valiente. Con qué otra arma se puede enfrentar este mundo cargado de gentes sin humildad por culpa del dinero, de los apellidos y de los supuestos honores mal nacidos del poder.
En los arrabales de Santiago, vive el hombre sencillo. Gusta del mate de a dos, con pan casero y cáscaras de naranjas. Sus ojos brillan de esperanza cuando mira los cuadernos de sus changos, adornados de vocales multicolores y de números hasta el diez.
Ayer he visto al hombre sencillo. Está siempre como esperando. Cuando calla y la mirada se pierde en la dudosa línea del horizonte, su silencio inspira un inapelable respeto. Me ha confesado que últimamente tiene visiones de su infancia. De las dos piecitas del barrio El Triángulo, del guisito de arroz con “borgojos”, de las zapatillitas de tela azul, endurecidas de algún barro de febrero. Visiones del abrazo interminable con el viejo y la vieja cuando se murió “Colita”, el cuzco cobarde que le temía a los cohetes en Año Nuevo. (Hubo otros abrazos que nunca pudo entender, pero que se daban inexorablemente cerca de fin de mes).
El hombre sencillo -me lo ha confesado- de chico quería ser inventor. Imaginaba que creaba el azúcar que nunca tenía el mate cocido calentito de las mañanas antes de ir a la escuela. Imaginaba que inventaba una pelota de fútbol de cuero interminable, imaginaba que descubría la manera de que todos los chicos del barrio tuvieran un yoyó de luces y un papá esperando en la puerta del jardín de infantes Rosario Vera Peñaloza.
Yo creo que el hombre sencillo ha convertido su deseo en realidad. Porque a través de esos sueños se ha inventado a sí mismo: un hombre sencillo, pero inmensamente rico en los valores que sus necesidades le han forjado en cada arruga y en cada fracaso. La falta de abrigo, el hambre de sobra, la falta de caramelos, la sobra de frío, modelaron al hombre sencillo que hoy sabe que todavía en el mundo hace falta un tipo derecho -o muchos de ellos-, capaces de hacer realidad los sueños, de los miles de changuitos que por los arrabales de Santiago no saben que tienen derecho a ser niños felices.-
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