Por Rogerio Jelmayer, Paulo Trevisani y Jeff Lewis, para
The Wall Street Journal.
SÃO PAULO—La presidenta brasileña Dilma Rousseff asume su segundo mandato el jueves, sin la buena voluntad política ni el sólido crecimiento económico que heredó hace cuatro años.
Con el auge de los commodities en el pasado, la economía de Brasil ha tocado fondo. A diferencia de la fuerte expansión de programas sociales que marcaron los primeros cuatro años de Rousseff, su gobierno ahora parece tener la intención de ajustarse el cinturón para cerrar una importante brecha presupuestaria.
La semana pasada, el gobierno anunció una serie de medidas para reducir el desempleo y los beneficios de jubilaciones. Su nuevo equipo económico promete más recortes y los impuestos están por aumentar.
Es un revés significativo para un país que en 2010 reportó un crecimiento del PIB de 7,5%, lo que convirtió a Brasil en una estrella entre los mercados emergentes. El fuerte gasto fiscal, una crisis financiera global y lo que según los críticos fueron pasos económicos fallidos del gobierno —como una intervención, gasto y proteccionismo excesivos del gobierno, por parte del gobierno de Rousseff han pasado factura.
Después de la crisis financiera global, “Brasil tomó muchas buenas medidas… con una muy fuerte intervención en la economía”, dijo Thomas J. Trebat, director de Columbia Global Centers, que vive en Rio de Janeiro. “Pero mantuvieron (esas) políticas por mucho tiempo. Parte de lo que (Rousseff) está haciendo ahora es reconocer ese error”.
Las cuentas fiscales brasileñas ahora están tan mal que el país tiene problemas para conservar su calificación de grado de inversión tras una rebaja este año.
“El gobierno de Dilma está enfrentando una realidad distinta comparada con el primer año de su mandato”, dijo Flavio Serrano, economista de BES Investimento en São Paulo.
El mayor reto de Rousseff en los próximos meses es un escándalo de corrupción en la estatal Petróleo Brasileiro S.A., o Petrobras, que se está convirtiendo en el más audaz de la historia del país.
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Rousseff durante las ceremonias para asumir el segundo mandato, foto de Roberto Stuckert Filho/PR, visto en Blog do Planalto, en Flickr |
Autoridades alegan que ejecutivos de Petrobras conspiraron con firmas de construcción para inflar el costo de contratos, embolsándose parte de las ganancias y pagando coimas al Partido de los Trabajadores de Rousseff y sus aliados.
El director del ente controlador del presupuesto en Brasil afirmó en noviembre que la red podría haber extraído hasta 4.000 millones de reales (US$1.500 millones) de las arcas de la empresa.
El escándalo ya derivó en cargos contra 36 sospechosos incluidos dos ex funcionarios de Petrobras y más de 20 ejecutivos de las mayores firmas constructoras de Brasil.
Rousseff no ha sido implicada, y líderes de su partido han negado las acusaciones de participación.
Pero el caso podría explotar en febrero, cuando se prevé que los fiscales comiencen a procesar a los políticos. Una investigación del Congreso ya recomendó acusar a algunos de los colaboradores más cercanos de la presidenta.
“En la agenda de Dilma, febrero tiene una sola anotación: ‘crisis’”, sostuvo Leonardo Barreto, un profesor de ciencia política de la Universidad de Brasilia. “No hay precedentes sobre lo que pasará después”.
Las acusaciones de corrupción han envalentonado a los opositores políticos de Rousseff, quienes han pedido otra investigación del Congreso sobre el caso Petrobras.
Protegida del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, Rousseff pasó apuros durante su primer mandato de cuatro años. Incluso con su amplia coalición en el Congreso, la presidenta a veces tuvo que esforzarse para conseguir la aprobación de proyectos de ley polémicos.
Su segundo mandato promete ser aún más difícil. Rousseff consiguió una ajustada victoria en las elecciones de octubre, apelando a publicidad que atacaba a sus oponentes. De todos modos, su partido y la mayoría de sus partidos aliados perdieron escaños en el Congreso.
Aunque las coaliciones cercanas al gobierno aún tienen mayorías en ambas cámaras, esta vez la animosidad que quedó tras las cerradas elecciones podría complicar la capacidad de Rousseff de controlar las facciones a menudo escandalosas.
“Dilma enfrentará un Congreso más dividido, junto con un Partido de los Trabajadores más dividido”, afirmó David Fleischer, un analista político de Brasilia. “Eso significa que su equipo económico podría tener problemas para aprobar medidas fiscales impopulares, como recortes al gasto”.
Los brasileños ya sienten los efectos de la inflación que bordea el 6,5%, así como los aumentos de tasas de interés que han impulsado el costo de hipotecas, préstamos automotores y tarjetas de crédito.
Ahora, en un eco de las protestas que llevaron a más de un millón de brasileños a manifestarse en las calles el año pasado, una nueva amenaza se cierne sobre el precio del transporte público.
Las manifestaciones de junio de 2013 comenzaron como una protesta contra aumentos de tarifas en los atestados autobuses y metros del país, y luego se convirtieron en una expresión de la indignación general sobre la mala calidad de los servicios públicos de Brasil y las percepciones de corrupción generalizada en el gobierno.
La respuesta de los funcionarios fue cancelar los aumentos. Pero cuando hay menos dólares federales para los gobiernos municipales debido al bajón económico, las ciudades planean aumentos de tarifas para el próximo año.
En São Paulo, el gobierno local anunció aumentos de hasta 17% para algunos viajes en los autobuses y metros el año próximo. Algunos grupos ya piden nuevas protestas como las de 2013. Los usuarios del sistema de transporte público están enojados.
“Es un mal chiste leer que van a aumentar los precios y ver en televisión que robaron millones de Petrobras”, dijo Maria Aparecida Costa, de 42 años, una recepcionista de São Paulo que viaja en autobús. “Si Dilma pasara más tiempo combatiendo la corrupción, el gobierno no necesitaría reducir el gasto porque mucho dinero se pierde con esos ladrones”.
Considerando las numerosas dificultades que enfrenta Rousseff, incluyendo pedidos de impugnación por parte de algunos críticos, la pregunta para muchos analistas es si podrá de algún modo convertir esos desafíos en una ventaja.
Una ex líder guerrillera, Rousseff mostró durante las elecciones que tiene la capacidad de cambiar de táctica cuando es necesario para vencer a sus adversarios.
La presidenta prometió purgar Petrobras y forjar un “gran pacto nacional” contra la corrupción. El hecho de que haya nombrado un ministro de Hacienda pro mercado, el ejecutivo bancario Joaquim Levy, dio ánimos a algunos analistas sobre la capacidad de Brasil de recuperar su impulso económico.
“Tiene una oportunidad de cambiar el rumbo de la economía, de llevar a Brasil en la dirección correcta”, dijo Peter Hakim, presidente emérito del centro de estudios Inter-American Dialogue, en Washington. Rousseff ahora tiene “el equipo adecuado en la cancha, pero deben comenzar a notar algunos goles”, dijo. / Por Rogerio Jelmayer, Paulo Trevisani y Jeff Lewis, para
The Wall Street Journal.--