El motín contra Vladimir Putin en Rusia: la bomba debajo de la cama
Nada será como antes. Sería ingenuo subestimar este episodio o negar las
motivaciones aún presentes que lo promovieron. El líder ruso se juega su
sobrevivencia política.
Publicado por Marcelo Cantelmi, para Clarín ©2023
La rebelión de los mercenarios del Grupo Wagner activó una bomba en el
corazón del poder del Kremlin. Vladimir Putin debe correr para descubrir
cómo desarmarla. Es una misión difícil. Posiblemente sospeche que nada será
como era antes también sobre sus capacidades.
Vladimir Putin trata de mostrarse fuerte tras la fallida
revuelta del grupo Wagner. Foto: AFP Visto en Clarín |
Una dimensión básica a observar es que si la guerra, el mayor desafío que
hoy confronta la Federación, estuviera cumpliendo con éxito los objetivos
rusos, esto no hubiera ocurrido. La rebelión del sanguinario cuerpo
paramilitar, una creación dilecta de Putin, expone cómo están yendo
realmente las cosas.
La profundidad del trance se revela en los métodos brutales para
denunciarla: un alzamiento que, sin reparar en daños, erosionó como nunca
antes la autoridad de Putin.
Todo amenaza agravarse. Es fuerte la versión de que en la cumbre de la
OTAN entre el 12 y 14 de julio en Lituania, se acelerará el ingreso de
Ucrania a la Alianza aprovechando con picardía la debilidad y desorden que
el motín revelaría en el otro lado.
El argumento de que el régimen en solo cuestión de horas logró desbaratar
la intentona, que los partidarios del autócrata esgrimen para vestir de
éxito el fracaso, confunde un motín con un intento de golpe que no
existió.
Todo el episodio fue una exhibición de poder que se saldó con la
resignación del Kremlin al desafío. Ese es el principal dato político el
cual Putin busca revertir con una purga tardía entre los aliados de los
alzados.
Hay al menos una veintena de gobernadores que no condenaron el alzamiento,
señala el analista ruso Mijaíl Vinogradov, dato consistente sobre el
peso interno de este episodio y la extensión de la factura de la guerra.
El grupo Wagner tomó la ciudad de Rostov-del-Don, sede de una de las bases
de la operación militar rusa hacia Ucrania y envió una poderosa columna de
blindados hacia Moscú. Ninguno de esos movimientos fue reprimido. Tampoco
actuaron las fuerzas chechenas despachadas para contener el motín.
La capital, liberada a su suerte, debió encerrarse cavando trincheras en
las autopistas de ingreso ante la inminencia del arribo de estos bárbaros,
una secuencia que expuso la vulnerabilidad del régimen.
Rebeldes con apoyos
No hace falta una mirada aguda para deducir que los rebeldes, en
particular su líder, el multimillonario Yevgeny Prigozhin, contaron con
apoyo civil, pero también de parte de la estructura militar, y no una
parte menor. Acaban de arrestar al segundo jefe del Ejército y ex
comandante de la guerra en Ucrania Sergei Surovikin, el “general
Armagedon”, bautizado así por su fiereza, quien habría estado al tanto del
alzamiento.
Esas alianzas pueden explicar que el líder ruso en el pico de la crisis
haya dispuesto el perdón a los alzados después de haberlos calificado de
traidores y hasta vincularlos con Occidente y la OTAN. Putin, al mismo
tiempo, estableció la envergadura de quienes lo desafiaron al verse
obligado a negociar con la mediación de la autocracia bielorrusa.
Konstantin Remchukov, editor del Nezavisimaya Gazeta, un muy moderado
crítico del Kremlin, quien acaba de reunirse con el presidente ruso,
reconoció que “el sábado se convirtió en un fiasco la idea de que con
Putin en el poder están garantizadas la estabilidad y la seguridad”.
El jerarca del Kremlin, desde el fin de semana de la turbulencia, ensayó
dos mensajes para intentar recuperar la iniciativa y serenar a sus propios
seguidores. En uno de sus discursos regresó al relato asegurando que el
Wagner carecía de apoyo popular y de las fuerzas militares, lo contrario a
lo que indica la evidencia.
En la misma línea describió el alzamiento como un amague de guerra civil
que había logrado abortar. Su aliado bielorruso, Alexandr Lukashenko,
salió a remendar el prestigio herido de su jefe informando que debió
detener la mano de Putin dispuesto a liquidar a los amotinados.
Pero en su último mensaje, el líder ruso ratificó y hasta con elogios el
perdón ofrecido a los mercenarios y a sus jerarcas. Impotencia y
desconcierto, se diría. Acierta el experto argentino Alberto
Hustchenreuter cuando comenta que si bien Putin es autoritario no llega a
ser Stalin. Aunque lo imita señalemos aquí. Como carece de ideología
resuelve esa disfunción con un fanatismo religioso medieval y un
nacionalismo insuficiente.
Así como la experiencia de la guerra en Ucrania desbarató el relato de la
supuesta eficiencia invencible de la fuerza militar rusa, la audacia de
Prigozhin fracturó el mito de un liderazgo implacable. El atrevimiento es
así un potente dato político.
La analista Amanda Taub resume el escenario en The New York Times notando
que, desde que comenzó la guerra, Rusia ha dependido no solo de los
resultados del campo de batalla, sino también de una pregunta: ¿podrá
Putin mantener el poder y resistir la tensión de un conflicto largo,
costoso y sin final a la vista?
“Los acontecimientos de los últimos días no alcanzan para responder a esa
incógnita -dice-. Pero sugieren que el control de Putin sobre la coalición
que lo mantiene en el poder está bajo presión, con consecuencias
impredecibles”.
Tensiones feroces
Las tensiones internas son feroces. El ministro de Defensa Sergei Shoigú,
a quien Prigozhin ha tratado de "cobarde e inútil", anunció este mes de
junio que el Wagner debe disolverse en el ejército regular. Pero esa
opción es de difícil cumplimiento.
Amparado por su autonomía el ejército mercenario ha combatido y protegido
los intereses rusos en un racimo importante de países, entre ellos Siria,
Libia, República Centroafricana y Malí o Sudán. Incluso ha tenido
presencia en la Venezuela chavista cuyos intereses petroleros se
administran desde el ministerio de Hacienda moscovita.
Hay otras cuestiones a registrar que obligan a Putin a apurarse. Motines
de esta envergadura, no solo en Rusia, han sido el umbral de algo peor.
Sergei Markov, citado en The Washington Post, asesor político y, como
Remchukov, conectado con el Kremlin acepta que el episodio revela la
existencia de errores en el rumbo. Concluye que si no hay cambios “
volverá a suceder”, quizás en un grado superior.
Es razonable que en la estructura del poder se pregunten qué fuerza
política quedó movilizada a partir de esta crisis. Hay un entorno que no
puede evitarse. La guerra en Ucrania registra una falla de origen que no
necesariamente se repara con cuotas de nacionalismo. Lo concreto es que el
conflicto no renta.
En un país que abrazó el capitalismo desde hace más de tres décadas, la
invasión es pura pérdida en términos de tasa de ganancia hoy y futura, al
margen incluso de las bajas y el costo descomunal para fondear la
maquinaria de guerra.
El amotinamiento de Prigozhin, un multimillonario de la nueva oligarquía
rusa, refleja a su modo la preocupación de un sector que compró la idea de
un destino de acumulación sobre los escombros de la URSS. Distante de la
narrativa de la resiliencia de la economía rusa, lo cierto es que el país
perdió competitividad, se tornó chino-dependiente y sus corporaciones ya
no pueden expandirse en el exterior.
No hay nada peor que una burguesía asustada, como advirtió en su momento
un ucraniano que ganó celebridad durante la Revolución Rusa. Los militares
suelen sintonizar con el poder económico, dato que alcanza otra escala si
se lo conecta con el motín y su propósito.
Restauración zarista
Rusia necesita ahora victorias en la guerra que refuercen su imagen y
laven este bochorno. Pero un costo de la crisis es la pérdida de una
herramienta clave en el conflicto al cual el Wagner ingresó, precisamente,
para compensar las derrotas del ejército regular.
Acaba, además, de cumplir un rol destacado en la terrible contienda por el
control de Bakhmut donde los dos bandos escenificaron su propio Verdún en
el espejo de la sangrienta y extensa batalla que marcó de modo brutal la
Primera Guerra.
Para Putin puede ser todo un galimatías. Un ejemplo es el muestrario
variado y cambiante de pretextos que ha expuesto para defender la guerra.
El sábado, cuando su castillo estaba de veras amenazado por el motín, se
victimizó comparándose con el zar Nicolás II, el último Romanov que fue
derrumbado por la Revolución de febrero del 17 y ejecutado junto a su
familia en un sótano de una casa de Ekaterimburgo.
Si se trata de convencer, la restauración zarista donde insiste en
instalar el sentido de la guerra aparece como la más inasible de esas
justificaciones. Publicado por Marcelo Cantelmi, para Clarín ©2023 .--
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Visto en Youtube, vía
DW
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