Ser verdugo es un oficio tan honorable como cualquier otro. Así como el panadero debe hacer su trabajo de manera que el resultado sea un producto que la gente aprecie y vuelva a comprar, como el periodista tiene el deber de informar, el verdugo debe hacer su tarea lo más limpiamente posible, sin que la materia prima de que se sirve sufra más de lo debido. Pocos recuerdan al panadero que les cocina el pan todos los días, casi nadie se acuerda del periodista que les adelantó que hoy hará frío o calor, o que anunció que las vacaciones de invierno serán tal o cual fecha. Y al condenado a muerte poco le importa la cara del verdugo, si es rubio o morocho, alto o bajo, solamente ruega que no le tiemble la mano a la hora de hacer su trabajo, que lo realice lo más cristianamente posible.
Es por eso que los automovilistas que pasan los semáforos en rojo, no pueden llamarse a sí mismos verdugos de los humildes peatones que tratan de cruzar la calle buenamente, sino -directamente- sus asesinos. Pero sson una clase peor de criminales. Porque el asesino que quiere matar a alguien, desea que el otro se entere de lo que le está por pasar. De última le dirá
-Encomendate a Dios- y le pegará un tiro en la frente.
El asesino al volante, si acierta su disparo, tendrá mil y un excusas para sostener que la gente no sabe caminar por la calle, que él es un pacífico paterfamilia y que nunca tuvo la intención de matar a otro. (Como si dijera que al apretar el gatillo no quiso matar, sino solamente apretar la cola del disparador y miren lo que sucedió después).
Lo peor no es eso, sino que el asesino al volante, una vez que falla en su intento y cuando el otro, un peatón, otro automovilista, un motociclista, quiere hacerle, aunque fuera un mudo reproche con los ojos, le niega la mirada. El asesino al volante, aunque parezca lo contrario, también es un cobarde. (Escritos e ideas)
Es por eso que los automovilistas que pasan los semáforos en rojo, no pueden llamarse a sí mismos verdugos de los humildes peatones que tratan de cruzar la calle buenamente, sino -directamente- sus asesinos. Pero sson una clase peor de criminales. Porque el asesino que quiere matar a alguien, desea que el otro se entere de lo que le está por pasar. De última le dirá
-Encomendate a Dios- y le pegará un tiro en la frente.
El asesino al volante, si acierta su disparo, tendrá mil y un excusas para sostener que la gente no sabe caminar por la calle, que él es un pacífico paterfamilia y que nunca tuvo la intención de matar a otro. (Como si dijera que al apretar el gatillo no quiso matar, sino solamente apretar la cola del disparador y miren lo que sucedió después).
Lo peor no es eso, sino que el asesino al volante, una vez que falla en su intento y cuando el otro, un peatón, otro automovilista, un motociclista, quiere hacerle, aunque fuera un mudo reproche con los ojos, le niega la mirada. El asesino al volante, aunque parezca lo contrario, también es un cobarde. (Escritos e ideas)
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