The Wall Street Journal
Cuando falten apenas seis semanas para emprender rumbo a Irak, los 3.500 soldados de la Primera Brigada de la Tercera División de Infantería del Ejército de Estados Unidos deberían estar aprendiendo acerca de Ramadi, la ciudad donde permanecerán un año y que se ha convertido en uno de los baluartes de la insurgencia.
Sin embargo, muchos de los soldados ni siquiera conocen la composición étnica de la ciudad, donde predominan los sunitas. "No le hemos dedicado el tiempo que nos hubiese gustado a aprender sobre la cultura, el idioma y la política local, el tipo de cosas que uno demora en dominar", reconoce el teniente coronel Clifford Wheeler, comandante de una de las unidades de 800 soldados de la brigada. En su lugar, las tropas están aprendiendo a usar equipo que, en opinión de sus comandantes, deberían usar desde abril. Muchos soldados acaban de recibir sus rifles M-4 debido a la escasez producida por los problemas de dinero en efectivo del ejército. Algunos todavía no tienen sus ametralladoras. Se les ha informado que recibirán la mayor parte del equipo antes de partir a Irak.
Las tensiones que se pueden apreciar en Fort Stewart, Georgia, subrayan el problema del ejército estadounidense: la guerra en Irak ha dejado al desnudo una serie de equivocaciones y errores de cálculo que han tenido lugar durante más de una década y que están mermando la capacidad de la fuerza militar más poderosa del mundo.
En los 15 años transcurridos desde el fin de la Guerra Fría, las autoridades militares y civiles no prepararon una fuerza capaz de librar guerras prolongadas frente a grupos de guerrilleros, como las de Irak y Afganistán. En lugar de ello, apostaron a guerras cortas dominadas por sistemas de alta tecnología.
El resultado es que, en momentos en que se agudiza la guerra en Irak y se intensifica el debate en EE.UU. acerca del retiro de las tropas, el costo de la guerra está superando el gigantesco presupuesto del ejército. Además, los aprietos financieros están generando una escasez de equipo y personal en el ejército.
El ejército busca un aumento de miles de millones de dólares en su presupuesto, pese a que los oficiales más jóvenes, frustrados por la lentitud de los cambios, dicen que las mejoras dependen más de cómo se gasta el dinero que de cuánto se gasta.
Entre 1990 y 2005, las fuerzas armadas estadounidenses destinaron fondos a la construcción de buques de guerra, aviones caza y sistemas de defensa antimisiles de millones de dólares. Los defensores de esta clase de programas esgrimen que EE.UU. enfrenta una amplia gama de amenazas y que debe estar preparado para todas ellas. Las armas de alta tecnología contribuyeron a derrocar a los regímenes de Irak y Afganistán, pero han servido de poco en la estabilización de los países, una tarea más ardua.
De los US$1,9 billones que EE.UU. destinó a armamentos en ese período, ajustado por la inflación, la Fuerza Aérea recibió un 36%, la Marina un 33% y el Ejército un 16%. A pesar de las guerras en Irak y Afganistán, que han sido dominadas por el ejército, la proporción no ha variado en forma importante.
El optimismo exagerado en las proyecciones del actual gobierno y del propio ejército ha empeorado la situación financiera. Ambos supusieron que la cantidad de tropas en Irak disminuiría significativamente para 2006. En realidad, los costos se han disparado, obligando a los comandantes en el frente de batalla y a los generales en el Pentágono a tratar de satisfacer una lista cada vez mayor de demandas con recursos insuficientes.
Cuesta creer que un país que este año asignó un presupuesto de US$168.000 millones al ejército, más del doble que en 2000, no pueda cubrir los costos de las guerras en Irak y Afganistán. Pero los dos pilares del ejército estadounidense, personal y equipo, están bajo máxima presión.
El costo del equipo básico que llevan los soldados, casco, rifles, chaleco antibalas, se ha más que triplicado desde 1999 para ascender a los US$25.000. Los salarios y el entrenamiento de las tropas han aumentando en un 60% para llegar a un costo total de casi US$120.000 al año por soldado, desde los US$75.000 en 2001.
En Fort Knox, Kentucky, la situación financiera llegó a ser tan apremiante a mediados de año, que el ejército se quedó sin dinero para contratar a alguien que limpiara las salas donde los capitanes aprenden a ser comandantes. Los propios oficiales, que pronto estarán al frente de unidades de 100 soldados, limpian los baños.
Militares de alto rango reconocen que se equivocaron al suponer, antes de la guerra en Irak, que si preparaban a una fuerza capaz de ganar las grandes batallas convencionales lo demás, desde la contrainsurgencia a las fuerzas de paz, sería relativamente fácil. También aseguran que están haciendo todo lo que está a su alcance para que las brigadas destinadas a Irak y Afganistán tengan todo lo que necesitan cuando lleguen a la zona de conflicto. Pero para hacerlo no les ha quedado más remedio que tomar los equipos de las unidades que están entrenando en EE.UU., que ahora carecen de las cosas más básicas, como rifles y chalecos antibalas.
El otro gran problema del ejército es la escasez de personal. La institución gastó unos US$735 millones en bonos de retención en 2006 y tuvo que gastar US$300 millones más este año en reclutamiento que el año pasado. Pero el dinero adicional no ha impedido una baja en la calidad de las fuerzas, la que aún es considerada buena. Unos 8.500 reclutas tuvieron que conseguir permisos especiales porque anteriormente habían cometido delitos o consumido drogas. El ejército también está aceptando más soldados con puntajes más bajos en las pruebas de aptitud./// (Publicado por The Wall Street Journal).