Por Nicole Perlroth, publicado por The New York Times.
NEWARK, Nueva Jersey — En los últimos meses, Golan Ben-Oni ha sentido que grita hacia el vacío. El 29 de abril alguien atacó a su empleador, IDT Corporation, con dos ciberarmas que le fueron robadas a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por su sigla en inglés).
Imagen de Archivo: ataques cibernéticos en curso en todo el mundo Captura de pantalla del mapa de NORSE |
Ben-Oni, el director de información global del IDT, pudo repelerlas pero el ataque lo dejó consternado. En 22 años de lidiar con hackers de todo tipo, nunca había visto nada parecido. ¿Quién estaba detrás de eso? ¿Cómo pudieron evadir todas sus defensas? ¿Cuántos más habían sido atacados pero no estaban conscientes de eso?
Desde entonces, Ben-Oni ha expresado su preocupación llamando a cualquiera que lo escuche en la Casa Blanca, el Buró Federal de Investigación (FBI, por su sigla en inglés) y las compañías más importantes de ciberseguridad para advertirles sobre un ataque que aún podría estar dañando invisiblemente a víctimas por todo el mundo.
Dos semanas después de lo sucedido en IDT, el ciberataque conocido como WannaCry causó estragos en hospitales de Inglaterra, universidades de China, sistemas ferroviarios de Alemania e incluso plantas automotrices de Japón. Sin duda fue muy destructivo.
Sin embargo, lo que Ben-Oni atestiguó fue mucho peor y, con todas las miradas puestas en la destrucción causada por WannaCry, pocas personas se han fijado en el ataque contra los sistemas de IDT… y otros similares que seguramente se han producido en otros lugares.
El ataque a IDT, un conglomerado cuyas oficinas centrales tienen una gran vista del horizonte de Manhattan, fue similar a WannaCry en un sentido: los hackers encriptaron los datos de IDT y exigieron un rescate para desbloquearlos. No obstante, la exigencia del rescate solo fue una cortina de humo para ocultar un ataque mucho más invasivo que se robó las credenciales de los empleados.
Con esas credenciales, los hackers podrían haber circulado libremente por la red informática de la empresa, llevándose información confidencial o destruyendo los equipos.
Lo peor es que el ataque, que nunca antes se había reportado, no fue detectado por algunos de los productos de ciberseguridad líderes en Estados Unidos ni por los principales ingenieros de seguridad de las compañías tecnológicas más grandes ni por los analistas gubernamentales de inteligencia.
Si no hubiera sido por una caja negra digital que grabó todo lo que sucedió en la red de IDT, y por la tenacidad de Ben-Oni, el ataque pudo haber pasado inadvertido. Los escaneos realizados a las dos herramientas usadas en contra de IDT indican que la empresa no está sola. De hecho, las mismas armas de la NSA tuvieron acceso ilegal a decenas de miles de sistemas de cómputo en todo el mundo.
Ben-Obi y otros investigadores de seguridad temen que muchas de esas computadoras infectadas estén conectadas a redes de transporte, hospitales, plantas de tratamiento de agua y otros servicios. Un ataque a esas redes, advierte el experto en informática, podría poner en riesgo muchas vidas.
“El mundo está escandalizado con WannaCry, pero esto es una bomba nuclear en comparación con WannaCry”, dijo Ben-Oni. “Esto es distinto. Es mucho peor. Se roba las credenciales. No puedes atraparlo y está sucediendo frente a nuestros ojos”. Y añadió: “El mundo no está preparado para esto”.
Ataque al centro neural
En IDT, Ben-Oni se ha topado con cientos de miles de hackers de todo tipo de causas y niveles de habilidad. Según calcula, los negocios que trabajan con IDT experimentan cientos de ataques al día, pero quizá solo cuatro incidentes le preocupan cada año.
Sin embargo, ninguno se compara con el ataque sufrido en abril. Al igual que el ataque WannaCry de mayo, el realizado contra IDT fue hecho con ciberarmas desarrolladas por la NSA que fueron filtradas en línea por un misterioso grupo que se hace llamar Shadow Brokers, que se piensa que está integrado por ciberdelincuentes respaldados por Rusia, un infiltrado en la NSA o por ambos.
El ataque con WannaCry —que tanto la NSA como los investigadores de seguridad han vinculado a Corea del Norte— usó una ciberarma de la NSA; el ataque a IDT usó dos.
Tanto en WannaCry, como en el incidente de IDT utilizaron una herramienta de hackeo que la agencia llamó EternalBlue. Esa aplicación se aprovechó de los servidores de Microsoft que no tenían las actualizaciones de seguridad para propagar automáticamente el programa malicioso de un servidor a otro, de tal manera que en 24 horas los hackers ya habían contagiado su ransomware a más de 200.000 servidores en todo el planeta.
El ataque a IDT fue un paso más allá: usó otra ciberarma robada a la NSA llamada DoublePulsar. La NSA la desarrolló para infiltrarse en sistemas informáticos sin activar las alarmas de seguridad. Eso permitió que los espías de la NSA pudieran inyectar sus herramientas al centro neural del sistema informático de un objetivo, llamado kernel o núcleo, que gestiona la comunicación entre el hardware y el software de una computadora.
En el orden jerárquico de un sistema de cómputo, el núcleo está en la cima, por lo que permite que cualquiera que tenga acceso secreto a él pueda tomar el control total de un equipo. También es un peligroso punto ciego para la mayor parte del software de seguridad, pues permite a los atacantes hacer lo que quieran sin ser detectados.
Luego los hackers activaron el programa de secuestro (ransomware) como una pantalla para cubrir su motivo real: un acceso más amplio a los negocios de IDT. Ben-Oni se enteró del ataque cuando una contratista, que trabajaba desde casa, prendió su computadora y se dio cuenta de que todos sus datos estaban encriptados y los atacantes exigían un rescate para desbloquearlos. Ben-Oni pudo haber supuesto que se trataba de un simple caso de programa de secuestro.