Por qué la NSA espía a Brasil
Por Mary Anastasia O'Grady para The Wall Street Journal.
Algunos de los países menos libres del mundo, como Cuba, Irán y Venezuela, son sus aliados.
Los líderes europeos pusieron el grito en el cielo cuando trascendió que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés) había estado espiando en su continente así como en sus propias actividades. Aseguraron estar conmocionados, aunque desde entonces ha quedado claro que, en su mayor parte, la reacción era puro teatro.
Sin embargo, en ninguna parte esta indignación fingida contra la NSA ha sido más falsa que en el caso de Brasil, que también ha sido blanco del espionaje estadounidense. La presidenta Dilma Rousseff ha señalado que se trata de una violación de los derechos humanos y propone que Naciones Unidas asuma "un rol de liderazgo" en la regulación de Internet. No se ría.
Los países europeos pueden, por lo menos, sostener que son aliados de EE.UU. Sin embargo, los mejores amigos de Brasil durante la gestión del Partido de los Trabajadores de Rousseff y su antecesor en el cargo, Lula da Silva, son Cuba, Irán y Venezuela. Si los espías de EE.UU. no están prestando atención a Brasil, entonces no están prestando atención.
La retórica que emana de Europa bajó de tono la semana pasada. Los líderes del Viejo Continente empezaron a solicitar la colaboración de EE.UU. para hallar una forma de restaurar la "confianza" entre los aliados.
¿Se debió eso a la revelación de que otros países que son parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) habían reunido parte de la información en poder de la NSA? ¿O fue tal vez porque, como indicó el ex director de los servicios franceses de inteligencia Bernard Squarcini en una entrevista con Le Figaro, "los servicios de inteligencia franceses saben muy bien que todos los países, sean o no aliados en la lucha contra el terrorismo, se espían entre ellos todo el tiempo"? El ex canciller alemán Helmut Schmidt corroboró tales declaraciones al señalar que durante sus ochos años en el poder siempre asumió que su teléfono estaba intervenido.
La canciller alemana, Angela Merkel, necesita cubrirse las espaldas en su país y EE.UU. debe hacer todo lo que esté a su alcance para ayudarla. Pero no hay nadie que crea que si EE.UU. disminuyera sus operaciones de espionaje, ni Merkel ni cualquier otro jefe de Estado o de gobierno podría sentirse seguro acerca de la privacidad de sus comunicaciones. Todos los países europeos probablemente seguirían espiando tal y como lo han hecho desde que se tiene memoria. Además, el espionaje cubano, ruso, chino, venezolano e iraní seguiría rampante, dándoles a sus gobiernos la posibilidad de sacar ventaja de esta información.
Lo que nos lleva de nuevo a Brasil. No es ninguna coincidencia que algunos de los países menos libres del mundo figuren entre los principales socios en política exterior de la presidenta Dilma Rousseff. En una columna publicada en septiembre en el Miami Herald titulada "Por qué Estados Unidos Espía a Brasil", el escritor oriundo de Cuba Carlos Alberto Montaner transcribió una conversación con un embajador estadounidense cuyo nombre no fue revelado. "Los amigos de Luiz Inácio Lula da Silva, de Dilma Rousseff y del Partido de los Trabajadores son los enemigos de Estados Unidos: la Venezuela chavista, primero con Chávez y ahora con Maduro, la Cuba de Raúl Castro, Irán, la Bolivia de Evo Morales. Libia en época de Gadafi, la Siria de Bashar el-Asad". El diplomático resaltó que "en casi todos los conflictos, el gobierno de Brasil coincide con la línea política de Rusia y China frente a la perspectiva del Departamento de Estado (de EE.UU.) y la Casa Blanca".
La relación de Brasil con Cuba causa particular preocupación. En lugar de mostrar solidaridad con la víctimas de la opresión en Cuba, manifestó el embajador, "el expresidente Lula da Silva suele llevar inversionistas a la Isla para fortalecer la dictadura de los Castro. Se calcula en mil millones de dólares la cifra enterrada por los brasileros en el desarrollo del super puerto de Mariel, cerca de La Habana".
El apoyo a Cuba, cuya adoración del totalitarismo donde sea que se encuentre en el mundo sigue siendo inclaudicable, deja a Brasil en el lado equivocado de la geopolítica. Panamá interceptó en julio un buque de Corea del Norte que había salido de Cuba en dirección a Asia. La embarcación transportaba armas que no habían sido declaradas, combustible y dos aviones caza MiG-21. Cuba se defendió diciendo que se trataba de equipo militar viejo que necesitaba reparaciones. El 10 de octubre, sin embargo, la empresa de diarios McClatchy informó que funcionarios panameños dijeron que los aviones estaban en buenas condiciones y que "habían volado hace poco y estaban acompañados de dos motores de avión 'completamente nuevos'".
El espionaje de EE.UU. es, por lo tanto, lógico, aunque no es difícil ver las razones por las que Rousseff quiere aumentar el cociente de indignación. Bajo la tutela de su partido, que ha gobernado desde 2002, el país ha pasado de ser una estrella en ascenso a una economía cuyo mejor momento ya quedó atrás. Brasil está creciendo a una tasa anémica para un país en desarrollo que necesita sacar a su población de la pobreza.
John Welch, analista de CIBC Macro Strategy, subrayó la semana pasada que las advertencias de las calificadoras de crédito sobre rebajas inminentes a la clasificación de la deuda de Brasil se basan en el deterioro de las cuentas fiscales y un aumento de la deuda y la inflación. Los brasileños están disconformes, pero el equipo económico de Rousseff parece estar mal equipado para mejorar la política económica.
La filtración de la NSA es, por ende, útil. Luego de haber desperdiciado la oportunidad de transformarse en un importante actor económico en los mercados internacionales en un futuro cercano, el gobierno brasileño se comporta como si su relevancia global dependiera de elevar la reputación del país como uno de los niños malos de Sudamérica.
Suena como un plan del Partido de los Trabajadores y un buen motivo para que la NSA siga en alerta. / Por Mary Anastasia O'Grady para
The Wall Street Journal.