El peligro de los barcos ‘zombis’
Por Alexis Rodríguez-Rata, publicado por
La Vanguardia.
Hace apenas siete años, un profesor de Ingeniería Aeroespacial y Mecánica de
la Universidad de Texas
pirateó un superyate en el Mediterráneo hasta modificar su rumbo. Hace apenas dos, los expertos ya hablaban del
riesgo real de pirateo que corrían más de 50.000 barcos. Hoy pueden ser más. Y más grandes. Y con consecuencias más graves. Porque
mientras Barcelona ve atracar en su puerto el segundo portacontenedores más
grande del mundo y hay quien ya prevé la llegada de buques totalmente
automatizados, el peligro de que sean controlados por hackers y naveguen como
‘zombis’ en el mar ha llegado para quedarse. Y el problema es que todos están
conectados a Internet.
Así es que si en el pasado el marinero temía las galernas y huracanes, los
hielos, las colisiones y abordajes, remolinos, las olas asesinas y quién sabe
si incluso al mítico kraken, hoy la navegación marítima se enfrenta a una
nueva y emergente amenaza: los ciberataques.
Visto en
Youtube, vía
La Vanguardia
“Hasta cierto punto sin darnos cuenta, nos hemos vuelto totalmente
dependientes de las comunicaciones digitales. Los coches se han vuelto
ordenadores. También las centrales eléctricas. O los barcos. Hay muchos más
ejemplos. Y si alguien puede tomar el control de estos sistemas informáticos,
entonces tenemos un problema real porque podría, en teoría, atacar desde
cualquier parte del mundo”, alerta en conversación con La Vanguardia Keith
Martin, catedrático de Seguridad de la Información en el Royal Holloway de la
Universidad de Londres.
Pero es que, además, el comercio marítimo es el corazón de la globalización.
Está en la base del 90% del transporte mundial de mercancías. Y el ciberespacio es el terreno, diario, en el que se mueve. De manera que
si la red es vulnerable, también lo son los barcos.
Es así que el miedo crece. Sobre todo respecto a los buques mercantes. Porque
los graneleros, petroleros, gaseros, portacontenedores, frigoríficos, ro-ro o
cocheros –los hay de todo tipo…–, impresionan. Los más extensos tienen un
tamaño que llega a los cuatro campos de fútbol. Valen millones. Mueven
millones. Y ahora surge la posibilidad de piratearlos a distancia y guiarlos a
un destino diferente al original, tanto como para bloquear puertos, estrechos
y pasos clave por los que transitan, como pueda ser el del canal de Suez u
otras rutas de un mundo globalizado, que quedarían, en consecuencia,
colapsadas.
La gran vulnerabilidad marítima
En 2009 los piratas somalíes ocuparon las portadas en España tras el secuestro
físico del atunero vasco Alakrana. Fue liberado tras el pago de un rescate a
las pocas semanas, pero su caso puso sobre la mesa el tracking y targeting
digital que los corsarios del siglo XXI hacen de buques susceptibles de ser
atacados en su paso por el cuerno de África, una vía obligada en su camino a
Europa desde la fábrica del mundo, China. Desde entonces muchos apagan su
geolocalización al pasar por la zona.
Luego, en 2010, el virus Stuxnet se adueñó de unas 1.000 máquinas de la planta
nuclear de Natanz, en Irán, y ordenó que se autodestruyeran. Equivalía a una
quinta parte de sus centrifugadoras. Es la razón por la que muchos expertos la
creen el ‘bautismo’ de la invisible ciberguerra: el cibervirus estaba
programado para hacerse con el sistema de control automático de la planta (o
PLC) y manipularlo, no para robar información.
Y es así que llegamos a 2017, cuando
un buque portacontenedores alemán perdía el control
de sus sistemas de navegación durante casi diez horas y no respondía a las
órdenes del capitán. A este, ese mismo año, se sumaba una noticia sobre
colisiones en un principio inverosímiles entre buques de guerra de EE.UU.
en el Pacífico
que dejaban una docena de marineros muertos.
Unos y otros ponían en cuestión la seguridad de un sector clave para nuestra
economía. Tanto como lo hacía el pirateo de los narcos a terminales del puerto
de Amberes en 2011 para colar su droga o el boicot a las grúas de un puerto de
EE.UU. –aún hoy indeterminado por las autoridades– en 2014 y 2015. En todos
los casos, cuanto más automáticos e interconectados estaban los barcos, las
plataformas marítimas, los puertos, terminales o grúas contenedores, más
accesibles eran para los hackers. Porque las navieras o los puertos, todos
dependen de un sistema de comunicación por red wifi –sea en 3G o en 4G–, sobre
todo en el puerto, o satelital, sobre todo en el mar, que puede ser pirateado.
Cómo se puede hackear un navío
El ‘secuestro’ del superyate en el Mediterráneo se centró en emitir señales
falsas de GPS que, muy poco a poco, variaron la posición real del navío. Algo
posible porque tanto el GPS como Internet dependen de varios satélites que
envían las señales que los orientan y que, en su versión más cotidiana, se
usan sin cifrar. El hackeo sólo tuvo que emitir una señal falsa más potente
que la original, logrando confundir a la tripulación y a la embarcación, que
llegó a navegar sobre referencias distorsionadas a la real variando su rumbo
según el deseo del hacker. Por suerte el de un profesor universitario que
ponía a prueba su experimento.
Sin embargo, más allá de la prueba académica, en el 2017 era un informe del
gobierno de EE.UU. el que dejaba por escrito el primer ciberataque, oficial,
contra la autonomía de los navíos: a 20 barcos que navegaban por el mar Negro
el GPS les indicaba estar 32 kilómetros tierra adentro. Todavía hoy la agencia
contra los ciberataques de EE.UU. desconfía de China, Rusia y Corea del Norte.
Quizá porque cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, inauguró ese mismo año
al volante de un llamativo camión naranja el puente sobre el estrecho de Kerch
que une a Rusia con Crimea, los sistemas de navegación por satélite de dos
decenas de buques les posicionó en tierra, en el aeropuerto de Vítiazevo, a
más de 60 kilómetros de su ubicación real. Según el Centro de Defensa Avanzada
(C4AD), desde entonces le habría sucedido igual a más de 1.000 barcos en casi
8.000 ocasiones.
Fernando Ibáñez, analista de inteligencia, profesor de la Universidad a
Distancia de Madrid y especialista en seguridad marítima y piratería, reitera
por todo ello que “la vulnerabilidad principal es porque se depende al menos
de 24 satélites que orbitan a 20.000 kilómetros sobre la Tierra, de que haya
estaciones en tierra y, por último, del receptor de los usuarios. Y nuestros
dispositivos deben poder ver, al menos, cuatro satélites para conectarse a la
red del GPS. Pero esa señal es bastante débil y puede ser vulnerable a los
ataques”.
Sin embargo, una cosa es piratear el GPS, y otra más grave controlar la
navegación directa de la nave como sucedió con el portacontenedores alemán. Y
es aquí cuando volvemos al Stuxnet. Porque los hackers apuntan a los tres
dispositivos básicos que utilizan los buques para su navegación: al GPS, al
AIS (el sistema de identificación automatizada que relata la identidad, tipo,
posición, destino y velocidad o distancia hacia la costa y/o respecto a otros
barcos y en el que se suele incluir el propio GPS) y el ECDIS (el sistema para
visualizar digitalmente las cartas náuticas). Con todo ello, que converge en
el ya mencionado sistema de control automático (o PLC), podrían llegar a tomar
el control y escorar barcos, dejar ciegos a los capitanes o atacar a los
sistemas de control de propulsión, lastre o de maniobra. Todo quizá por un –en
origen– uso inadecuado del USB portátil o por un ordenador infectado al
descargar una película.
“Los sistemas informáticos hoy son muy complejos, y la complejidad es enemiga
de la seguridad, porque crecen los lugares en los que podría darse una
debilidad. Y poner en riesgo la seguridad consiste en hallar el punto débil en
ese sistema”, nos detalla Martin. Y sigue: “Un barco lleno de equipos
informáticos anticuados no es problemático si todo lo que hace es ir del
puerto A al B y hablar con su operador. Pero, desde el momento en que está
conectado a Internet, y probablemente la mayoría de barcos hoy lo están, es un
problema”.
Según el Crew Connectivity Survey de 2018 de FutureNautics, el 47% de los marinos embarcaron en buques que fueron el objetivo de un
ciberataque. En 2015 eran el 40%.
La industria queda atrás
Con todo, y hasta el momento, los casos de pirateo similares al del buque
portacontenedores alemán conocidos se cuentan con cuentagotas. Y no es
extraño. Los expertos señalan que no hay incentivos para hacerlos públicos. Al
revés, podrían poner en peligro su propia imagen o traer la desconfianza entre
los inversores y usuarios, con sus consecuentes costes económicos. Más cuando
“los seguros tienen pavor a los ciberataques, y por eso es que incluyen
cláusulas de exclusión en los contratos, que se venden aparte y son más
caras”, explica José Manuel González Pellicer, abogado del bufete Kennedys
especializado en el sector marítimo. Y continúa: “Es un sector que se adapta
muy poco a poco, también uno muy achuchado económicamente. A Maersk le
hackearon todo su servicio de contenedores en 2017 y sufre un rosario de
reclamaciones que llega hasta hoy. Algunas navieras sí son responsables en
ciberesiliencia, pero es el último de sus problemas. Además, por
desconocimiento, o por tecnofobia, hay cierta resistencia. Y a España le queda
aún más camino que recorrer…”
Hoy los barcos mercantes cada vez son más pequeños en personal, más grandes en
tamaño, más automatizados y están más controlados de forma remota, por lo que
la amenaza se vuelve cada vez más presente en un sector con “graves ondas
expansivas” en caso de caer, según comparten los expertos. Podría afectar a
las mercancías que transportan, pero también a toda la zona de influencia del
puerto y a los intereses de los exportadores e importadores, al de los
compradores y vendedores, o incluso a las zonas por las que transitan en un
mundo globalizado e interdependiente.
Por eso es que las compañías intentan formarse. Y que la Organización Marítima
Internacional, la agencia de la ONU encargada de regular el transporte por
mar, ha modificado dos códigos generales para tratar de afrontar el peligro.
Pero llega tarde. Y además, lo hace sin prisas: las nuevas recomendaciones no
entrarán en vigor hasta el 1 de enero de 2021. Unas recomendaciones que
dependerán de los diferentes países para volverse normativa de obligado
cumplimiento./ Por Alexis Rodríguez-Rata, publicado por La Vanguardia.--
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